¿Me lo dices o me lo cuentas?

Con la música a otra parte

14 Feb , 2022  

La música es absolutamente imprescindible y trascendental para la vida diaria, o por lo menos así me lo parece a mí. Piensen si no en la diferencia que puede llegar a marcar el acompañar una fabulosa cena de la música adecuada de fondo y en el volumen correcto, o hacerlo con Los 40 ‒anuncios incluidos‒ o con el sonido de la retransmisión del partido de fútbol de la tele ‒tampoco ayuda estar rodeado de señoras y señores en chándal y cerveza en mano‒.

También cambia totalmente una película dependiendo de lo acertado de su banda sonora; en este sentido, me resulta inevitable pensar en la famosa escena del baile del instituto en la película Carrie de Brian de Palma. Es ésta para mi gusto una de las mejores escenas del cine de todos los tiempos, precisamente por la perfecta planificación y adecuación entre melodía y planos, combinando alegría, tensión y angustia en un desenlace que no por esperado es menos impactante, sobre todo gracias a su famoso recurso visual de la pantalla partida, resultando en una potente poesía audiovisual. Una obra maestra que es parte de la historia del cine por muchos motivos pero, sin duda, uno de ellos es el acertadísimo uso de la música ‒no incluyo enlace a la escena para evitar spoilers, les recomiendo ver la película completa‒.

En un plano más personal, y aunque canto muy mal, en la ducha me siento el salsero más famoso del mundo entero, con miles de fans gritando y tirándose de la melena ‒ellas que pueden‒. De camino al trabajo canto como nadie las canciones de los 70, 80 y 90 como si no hubiera un mañana, escudado en el anonimato que provee el armazón del coche ‒aunque parece que se oye más de lo que creía por la cara que me puso una señora el otro día en un paso de cebra‒. Además, en mi cabeza tengo un repertorio de bandas sonoras para poner de fondo en mi vida diaria según esté triste, feliz, emocionado o agobiado. No lo puedo evitar. Y la verdad es que se me da muy bien, incluso cuando me llama mi jefe al móvil me parece oír la música de la escena de la ducha de Psicosis.

Pero bueno, a lo que iba. Que la música es muy importante, mucho  más de lo que pudiera parecer. Y de hecho, gracias a ella estoy comprobando que no iba yo nada desencaminado con lo de que de verdad vamos hacia la ansiada normalidad, pues ya hemos tenido la primera gran polémica de este  año ‒y eso que la Ómicron todavía se las trae‒ sobre un tema tan musical como vital para la supervivencia de nuestra especie: la representación de España en Eurovisión. Parecía estar reñida la cosa entre la pandereita de unas y la teta de la otra, cuando de repente y por sorpresa se llevó el gato al agua la del boom boom dando por el zoom zoom a la gran mayoría de eurofans patrios.

Aunque recuerdo vivir con emoción en mi infancia el glamour setentero ‒lo sé, son palabras incompatibles‒ de las votaciones del Guayominí y sus dipuá a éste y cero puá a los otros ‒normalmente nosotros‒, a día de hoy sinceramente me importa bastante poco quién vaya a Eurovisión y, todavía más, quién vuelva. Pero como decía, ver la que se ha montado en redes y hasta en el Congreso me resulta de lo más esperanzador, al ver que mi querida España, esta España mía, esta España nuestra vuelve por sus fueros ‒los pre-pandémicos, o sea, los de siempre‒.

La pandemia nos tiene agotados, pero ahora ya es un hecho constatado que también nos aburre. Ya no abre la portada de los telediarios ni periódicos, ni siquiera la recién estrenada liberalización del uso de la mascarilla en exteriores ocupó apenas lugar ‒entre otras cosas porque muchos llevaban tiempo auto-liberalizados‒ y los contagios por COVID de los famosos nos la refanflinfla ‒la noticia ahora sería no tenerlo‒. En la actualidad, lo que nos preocupa, y con razón, es una posible guerra entre Rusia y Ucrania, la reforma laboral o si Belén Esteban dejará Sálvame

El aburrimiento por suerte se ha extendido a nivel mundial y está mejorando de manera sostenida la perspectiva turística en nuestras islas, pues nuestros queridos visitantes también están cansados y quieren sol y alegría. El Benidorm Fest ha resultado ser un compendio de lo que el mundo quiere y añora. Porque, efectivamente, queremos pandereitas, pero también olvidar los problemas monetary, no ser secondary y, sobre todo, sacar un pecho ‒y lo que se tercie‒ al puro estilo Delacroix. Y la verdad, no se me ocurre mejor manera de celebrar este arduo pero inexorable camino de regreso a la normalidad. ¡Ay, mamá!

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Fernando Josa Marín es director de hotel

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