¿Me lo dices o me lo cuentas?

El huevo de Colón

10 Oct , 2022  

Espero que en esta ocasión, al contrario que el mes pasado, no me lluevan comentarios feisbuqueros acusándome de incitación a la pornografía por lo del huevo, o de burlarme de la supuesta monotesticularidad de Colón, o de maltrato al pollito nonato por usar una foto de un huevo pintado… Nada más lejos de la realidad, pues de lo que pretendo hablar es de las consecuencias de la gesta de Colón, que intentando lo imposible consiguió algo muy posible, y que se conmemora el 12 de octubre, el Día de la Hispanidad, de la Raza, y también de la Virgen del Pilar, patrona de la Benemérita y de los aragoneses. ¡Viva la Pilarica, maños!

No voy a meterme en el berenjenal de defender orgullosamente la celebración del Descubrimiento y de la Hispanidad en su variante de conquista e imposición, de la que hay poco de qué vanagloriarse, pero creo que la fecha sí amerita la conmemoración  –más aséptica y neutra– de la Hispanidad entendida como momento del nacimiento de un país por la culminación de la Reconquista y porque ese día en que Rodrigo de Triana divisó las tierras americanas por primera vez cambió el devenir de la historia y marcó, independientemente de gustos, filias y fobias, a todo un continente.

No cabe duda que se cometieron muchas barbaridades en el nuevo continente –nuevo para los europeos, claro–, pero es que la situación no era diferente en la propia España, donde los ciudadanos de la Corona castellano-aragonesa gozaban de una situación poco o nada envidiable, con una sociedad estamental injusta y clasista en la que se cometían grandes atrocidades en nombre de la Corona, la religión y la ciencia. No se debe juzgar la Historia con los baremos y referentes actuales, o si lo hacemos, debemos hacerlo con toda ella y no de forma selectiva. No creo que ningún país de los que formaron parte del Gran Imperio Romano sienta ningún tipo de animadversión hacia los romanos actuales, muy al contrario, por lo general hay una admiración rayana en fascinación hacia esa época, a pesar de que tenemos muy claro que no se andaban con chiquitas (aunque quizá sí en un sentido más literal) y que, si bien se trataba de una sociedad cruel y violenta, marcó profundamente con su pensamiento y su lengua a la Hispania de entonces y por ende a la España actual. No se ven por suerte grupos de gente derribando la estatua de César Augusto en Zaragoza o manifestándose frente al teatro romano de Mérida exigiendo disculpas por haber sometido a los tartessos, íberos o celtas. Tampoco veo ningún rencor ni desprecio hacia los fenicios, griegos o cartagineses, ni hacia los godos –salvo alguno que otro que va de influencer por la vida–. La dominación árabe durante la friolera de ocho siglos nos ha dejado un precioso legado lingüístico, artístico y cultural cuya influencia ha sido fundamental en la formación de nuestra identidad nacional. Nuestro país es un claro ejemplo de mestizaje, en el que hasta el flamenco, tópico de la españolidad, es el resultado de la fusión de elementos árabes, judíos, cristianos y gitanos. ¡Ea!

De la misma manera, algo tan mexicano como el mariachi no hubiese existido de no haberse dado todos los elementos que confluyeron en ese país y que lo hacen único en el mundo, ni por culpa ni gracias a los españoles, tampoco por los aztecas, mayas o toltecas, sino por todos ellos, las circunstancias de la historia –buenas, malas y regulares– y el mestizaje que se derivó de estas. Tampoco hubieran existido la salsa, el merengue, la bachata, el tango, el vallenato, la cumbia, el corrido, la cueca… Me resulta imposible imaginar la vida sin la música de Celia Cruz, Víctor Manuelle, Gloria Estefan o Frank Reyes.

He tenido la suerte de vivir y trabajar en hoteles de tres países diferentes de Latinoamérica y viajar por alguno más, es un continente que siempre me resultó muy atractivo y en el que tengo grandes amigos; allí conocí a gente increíble, incluso a la que se convertiría en mi esposa. Por lo general y con alguna muy contada excepción, creo que me apreciaban –espero que mi mujer también– por mis propios actos y forma de ser, mi condición de “españolete” no penalizaba normalmente. Sin lugar a duda teníamos culturas diferentes, pero también en cierto modo cercanas, sobre todo por el hecho de compartir un mismo idioma que ha evolucionado de forma particular y diferente en cada país pero que nos permite entendernos a 591 millones de personas en el mundo, siendo la segunda lengua materna a nivel mundial con 483 millones de hablantes nativos y el idioma oficial en 22 países de tres continentes.

Podemos discutir si los españoles fueron buenos o malos, concentrarnos en el oro que se llevaron o defender las universidades que crearon, acusarlos de violaciones o alabar el estatus de ciudadanos del Reino que dieron a todos sus súbditos, incluidos los del continente americano –aunque ya hemos visto que de poco servía–… pero eso no va a cambiar la unicidad de todos y cada uno de los países hispanoamericanos y ese orgullo latino que sería totalmente incoherente si no tuviera en cuenta el aporte de España a esa identidad propia. Todo lo que pasó a partir de ese 12 de octubre de 1492 –y con eso me refiero a absolutamente todo– nos llevó a lo que somos hoy en día, también de este lado del charco, que no es per se ni bueno ni malo, pero que como todo en la Historia, simplemente fue.

El más bello resumen de todo lo anterior lo hizo mi admirada Gloria Estefan allá en el año 1993 en la estupenda canción de su álbum Mi Tierra: “Hay tanto tiempo que hemos perdido por discutir por diferencias que entre nosotros no deben existir; las costumbres, raíces y herencias que me hacen quien soy, son colores de un arco iris, acordes de un mismo son, las palabras se hacen fronteras cuando no nacen del corazón, hablemos el mismo idioma y así las cosas irán mejor”.

Hablemos el mismo idioma, dame la mano mi hermano.

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Fernando Josa Marín es director de hotel

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Un comentario

  1. Maria dice:

    Reflexiones muy acertadas para estos tiempos! Me gustaría compartir este blog con mis contactos porque lo considero muy bueno.

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