¿Me lo dices o me lo cuentas?

¡Sálvese quien pueda!

3 Abr , 2020  

Lo confieso. Cuando se canceló la ITB me ofendí muchísimo, terriblemente. Me pareció absolutamente incoherente estar animando a la gente a mantener sus viajes y seguir turisteando por el mundo como si nada, y por otro cancelando una de las citas más importantes del panorama turístico mundial. Y de hecho lo era, pero justamente por los motivos opuestos a los que yo pensaba: hacía mucho tiempo que se debió desaconsejar viajar. Pero las autoridades (¿?) sanitarias nos contaban otra cosa, que era menos que una gripe –tanto en gravedad como en incidencia– y resulta que eso que tenía a China cerrada a cal y canto, y luego a Italia, apenas nos iba a afectar a nosotros y no justificaba cancelar eventos. Porque nosotros lo valemos.

Son (somos) muchos los que han fallado en esta crisis, me atrevería a decir que todos sin excepción y estoy hablando a nivel mundial. Empezando por la comunicación, que se ha demostrado que en los tiempos que corren y con los medios con que contamos es imposible unificarla y asegurarse de que llegue a todos la información precisa. Sin embargo, los bulos van como un pepino, habría que estudiarlos y aprender algo al respecto.

Tampoco han estado a la altura los políticos –ay, los políticos…–, como siempre a lo suyo, demostrando una vez más que lo suyo no es lo nuestro, lo de todos… La (des)Unión Europea no ha servido para prevenir ni servirá para curar y está demostrando ser utópica de tan tópica. Lo mismo sirve para una España, que más que nunca son muchas, descoordinada, cada Comunidad a su bola, pero las consecuencias para todos…

Todo este surrealismo empezó en realidad hace poco más de un mes, cuando a raíz de la cuarentena en el hotel H10 Costa Adeje Palace –una prueba más del buen hacer de los trabajadores de este gremio– comenzaron a descender las reservas y aumentar las cancelaciones, inicialmente a nivel local/regional, pero rápidamente pasó a ser un problema global. Al principio te enfadas con cada cancelación y te alegras cuando llegan los clientes previstos, pero poco a poco, y sin ser muy consciente de ello, comienza una rara sensación, muy paradójica, por la que pasas a sorprenderte con cada llegada y agradecer  cada no-show.

Porque vale que seas hotelero y estés obsesionado con llenar –no lo digo por mí, sino por un amigo…–, pero en un momento dado, uno intuye que algo no cuadra, que hay un virus por ahí que mata gente y satura las UCI (¿por qué nos mintieron?), provoca cancelaciones de eventos multitudinarios (aunque de manera selectiva) y el confinamiento de un país lejano primero, y otro más cercano después. Pero sin embargo los turistas siguen circulando alegremente de aquí para allá como si nada, con lo cual parece bastante lógico pensar que si no paramos el virus se seguirá esparciendo y tarde o temprano terminará inevitablemente en nuestros hoteles y en nuestras vidas.

Perdido en estos pensamientos, de repente, se decreta la alarma. Por fin. Y hasta eso se hizo mal, pues la mayoría de turoperadores informaron a sus clientes que las restricciones empezaban el lunes, basados en las filtraciones que se habían ido pasando del decreto, lo cual nos complicó aún más la tarea (no entiendo por qué no se dejan de borradores y filtraciones y sacan los decretos bien explicados y, sobre todo, como y cuando corresponden).

Para bien y para mal, lo que estamos viviendo es histórico. Yo lo más parecido que viví a esto fue el huracán Georges de 1998 en la República Dominicana –quién me iba a decir que volvería a sufrir otro huracán del mismo nombre tiempo después y por mucho años…–. No se puede comparar en cuanto a la extensión del problema, limitada únicamente a una parte del Caribe, pero sí en que las consecuencias se agravaron por la falta de información, previsión y coordinación del gobierno, que no quiso ver lo que se venía encima. El panorama que quedó fue desolador y todos los medios del país hablaban de un retroceso económico y social de al menos 20 años. El hotel donde yo trabajaba tuvo que cerrar para ser reconstruido; sin embargo, en cuestión de unos pocos meses se pudo volver –o casi– a la normalidad, tanto en el hotel como en todo el país. Es la llamada resiliencia, de la que los humanos estamos bastante dotados, normalmente sin saberlo, hasta que nos vemos en la tesitura.

Esa experiencia me hizo descubrir muchas cosas de la especie humana, lo mejor y lo peor, porque es en las situaciones extremas cuando salen los instintos más primarios, los que tienen que ver con la pura supervivencia y sacan nuestro lado más extremo, el oscuro y egoísta, pero también el más altruista, el de los que lo dan todo sin tener nada. Yo creo sinceramente que me marcó y me cambió como persona, también creo que habrá un antes y un después del coronavirus. Tampoco nos vendría mal –es inevitable interpretar un golpe en la mesa de la Madre Naturaleza en todo esto–.

La última semana antes de cerrar nuestro hotel ha sido muy dura, durísima, y con la responsabilidad que supone tener a tu cargo a cientos de personas, empleados y clientes, a los que transmitir tranquilidad, pero también firmeza. Porque no todo el mundo parecía muy consciente de la gravedad y seriedad del asunto, con algunos clientes amagando motines por no poder usar la piscina ni los snacks del todo incluido –en nuestro caso la sangre no llegó al río ni a Facebook–, algún empleado preocupado por las vacaciones con un hotel a punto de cerrar por tiempo indefinido, y algún otro con exigencias de prevención de riesgos que parecía saber más que la OMS y el Ministerio de Sanidad juntos –lo cual, visto lo visto era una posibilidad– y que claramente no veía el telediario.

Pero no fue esta la norma. El personal, por lo general, fue ejemplar y lo dio todo para que los clientes tuvieran una mínima sensación de normalidad dadas las circunstancias, con buen humor y una sonrisa a pesar de la incertidumbre y los problemas económicos y personales en ciernes. Y vaya si se consiguió, la prueba está en los numerosos emails y mensajes de gratitud de turistas agradecidos que sufrieron el confinamiento en todos nuestros hoteles. Porque estas situaciones límite también tienen cosas positivas y crean vínculos muy fuertes entre quienes les toca vivirlas.

Esos vínculos y la capacidad de darle al problema un enfoque global son los que nos sacarán de esto. El egoísmo y el “sálvese quien pueda” no suman, restan. Si nos preocupamos de acaparar todo el papel higiénico aun habiendo en realidad para todos estaremos provocando un problema donde no lo había, y además, al dejar a los demás sin nada, lo único que conseguiremos es que nuestros vecinos terminen tan cagados que nadie podrá venir a vernos, por muy impoluto que esté nuestro trasero –y perdonen tan gráfica metáfora–. Para salir de esto tenemos que hacerlo todos juntos y pensando en horizontal y en vertical. Porque claro que tenemos que mirar por lo nuestro, faltaría más, pero para que esto reflote no sirven las individualidades, lo ideal es hacerlo todos a una y lo antes posible.

Como digo, esta crisis ha sacado a la luz muchas cosas malas: intereses políticos, egoísmo en el supermercado, falta de empatía y compañerismo, micro-racismos –que ahora estamos sufriendo los españoles, a ver si aprendemos–, excusas poco imaginativas de algunos para no cumplir con sus pagos… La lista es mucho más larga, pero yo me quedo con lo bueno y con la esperanza de que aprendamos a razonar y a no guiarnos por los instintos más básicos –y sin cruce de piernas–, porque al final estoy convencido de que este tiempo de confinamiento, introspectivo a la fuerza, nos debería servir a la mayoría para algo más que para atiborrarnos de comida y hacer maratón de series en Netflix; ojalá nos enseñe a dar más valor a lo que realmente lo tiene, a cumplir nuestros compromisos también en los malos momentos, a pasar más tiempo en familia, a compartir y alegrarnos de los logros de los demás y no solo de los nuestros, a no pelear por el arroz o el papel higiénico, a hacer autocrítica y aprender de ella, a prepararnos mejor y formarnos, a apreciar más nuestro trabajo… En definitiva, como ya se dice mucho por ahí y ahora es trending topic, a volver mejores y más fuertes.

Y ahora los dejo, que hoy estrenan la cuarta temporada de ‘La casa de papel’ y tengo que hacer palomitas. ¡Yeeeepieeeee!

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Fernando Josa Marín es director de hotel

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7 Comentarios

  1. Hélia dice:

    Como muchas veces, no podría estar más de acuerdo con tus palabras. Espero eso mismo, que de esta crisis, aprovechemos para mejorar (como se de una reconstrucción se tratara ) y que trabajemos activamente por la calificación y regularización de nuestros servicios y sector y que trabajemos más unidos. Que seamos más práticos y menos políticos…
    Nos vemos pronto!!!
    Me apunto a las palomitas.

  2. Radha dice:

    Enhorabuena Fernando. Estoy completamente deacuerdo con todo lo que compartes. Esta crisis será un «ver para aprender», pero como siempre, saldremos de ella más fuerte. ¡Un abrazo !

  3. Fernando Josa dice:

    Todo es por algo Radha, un saludo,!

  4. Juan González dice:

    Grande Fernando….he leído con mucho detenimiento estando completamente de acuerdo con su contenido.
    Lo resumo desde mi punto de vista…
    » En este tipo de situaciones como la que estamos viviendo realmente desenmascara el verdadero argumento que cada día vemos, escuchamos,etc.. en esa gran ( des ) unión europea.Al fin y al cabo son un cúmulo de desuniones en cada contexto diario en nuestras vidas.
    Felicidades por tu visión…

  5. Jorge Luis Ortiz Temes dice:

    Lo único claro que saco de todo esto es que el planeta lo vamos a destruir igual…pero ahora con 2 meses de retraso…

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