Que la motivación, tanto por parte del alumnado como del docente a la hora de realizar el proceso de enseñanza aprendizaje, repercute en las personas y su futuro es algo indiscutible desde un ámbito pedagógico. Ya lo tenía claro en el transcurso de años universitarios de la carrera, y es algo por lo que también abogaba muy enérgicamente en el CEP (Centro de Formación del Profesorado) donde desarrollé unas jornadas para los profesores de IES de la comarca de Icod de los Vinos.
Después de varios años como formador, − se acerca el séptimo−, he tenido la grandísima suerte de que la inmensa mayoría de los grupos a los que impartía clase estuviesen compuestos por personas que no solo tenían ganas de superación, de iniciativa, de complicidad, de empatía y de un largo etcétera, sino que gracias a ellos mi día a día era un disfrute. Por muchas horas al día que trabajase, eso no me impedía seguir sonriendo e involucrándome con ellos.
Pero si en la etapa profesional educativa se coincide con un grupo, aunque sea solo uno, que crea impedimentos continuos, −llegando incluso a afectar a la motivación inicial docente−, por mucho que haya lucha interna por recrear todas las técnicas y métodos posibles para reflotar una actitud positiva, es algo en vano… Me surge la duda de que quizás sea el momento de hacer un paréntesis vocacional, de “coger aire” y redirigir mi carrera hacia otro ámbito.
Quizás todas esas cuestiones analíticas mermadas por el cansancio de una lucha sin batalla hagan que no se vea la realidad de los cientos de exalumnos y alumnas a los que recuerdo con un cariño sin precedentes, esos mismos que me encuentro en el sector hotelero como profesionales, esos que me abrazan en el supermercado, esos que me escriben al teléfono con mensajes de alegría, esos que están en las palabras y e imágenes de cada uno de los regalos que me han hecho, esos que ahora son ganadores de concursos de cócteles… A ellos solo puedo darles mis más sinceras GRACIAS.
Y nunca olvidar que:
Quien enseña aprende dos veces
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Alberto,
yo también llevo unos 7 años formando a profesionales hoteleros del sector ( muchos en Canarias) y es una maravilla la motivación y el interés que tienen, sean de 25 años o de 60.
Lo mejor es cuando terminas el curso y media hora más tarde no se ha ido nadie y siguen encantados.
Hace unos días me saludo en la calle una ex-recepcionista que asistió a un curso exclusivo para su hotel, cerca de Bilbao, que recuerdo como el peor que hemos impartido. Se cruzaron todos astros y nebulosas, adaptados a sesiones más cortas, sala mal acondicionada y desangelada, y la propiedad entrando y saliendo continuamente del curso.
Lo recuerdo con horror, aunque de los más de 300 cursos que hemos impartido no hay ninguno que se parezca a este: estamos encantados!
Seguimos en la brecha!