Con las vacaciones a pleno rendimiento y algunas nociones de brujería metidas a toda prisa, arrancamos el coche y pusimos rumbo a Zugarramurdi. Yo había leído que en una gran cueva de las afueras de ese pueblo navarro las brujas se reunían los lunes, miércoles y viernes y se montaban unas fiestas de ‘agárrame si puedes que yo no puedo parar’. Tanto desmadre había, que en el akelarre de al lado el macho cabrío que pacía a sus anchas siempre acababa a dos patas, transformado en una persona más del fiestón. Y así, con ese estrafalario dato enganchado al tubo de escape, nos fuimos hacia el norte por la N-121.
Recuerdo que durante el viaje yo no me sentía turista sino investigadora. Más o menos como José Miguel de Barandiarán, el famoso teólogo y antropólogo vasco que recogió numerosos testimonios sobre brujas y brujería en Euskadi, Navarra e Iparralde. Por eso, para ratificar mi sensación, mientras mi acompañante conducía yo repasaba mi indumentaria: botas de montaña, pantalón de mil bolsillos, mochila, bolígrafo y moleskine de tapa dura. Sí, definitivamente era investigadora. Nada de cholas con calcetines blancos, pulsera del hotel en la muñeca, ni piel al rojo vivo. Mi visita a la cueva de Zugarramurdi iba en serio y, en consecuencia, puse cara de seria.
Tras un par de horas, llegamos al lugar, pagamos los cuatro euros que costaba cada entrada, y comenzamos a patear uno de los parajes más fantásticos que he conocido. El bosque, con sus bajadas y subidas, sus claros y sus oscuros, sus angostos pasos, su riachuelo, las leyendas que acaparan cada rincón y, sobre todo, con el silencio que había en ese instante, se convirtió en el preámbulo perfecto de mi investigación. Tenía ganas de llegar a la cueva. Pero, antes de llegar, tenía ganas de pasar por el célebre akelarre. Afortunadamente no tuvimos que caminar mucho más. Allí estaba: el prado del macho cabrío, pero sin el animal. Verde y cercado, ese legendario trozo de campo llano apareció de repente. Así que la cueva no tenía que estar muy lejos.
Efectivamente, la cueva de las brujas estaba justo al lado, esperándonos. Y entonces fue cuando todo se fastidió. Un numeroso grupo de franceses de la tercera edad irrumpió en el lugar hablando a todo volumen, fotografiando cada piedra, riendo y comiendo. Mientras, en la mítica cueva, un equipo de cine montaba focos, escaleras y mil cosas más traídas por varios camiones. Alex de la Iglesia rodaba ‘Las brujas de Zugarramurdi’. Y conforme aquel alboroto pasaba por delante de mis narices empecé a sentirme menos investigadora y más turista. Más tarde, finalizada la visita, acabé derrotada en el bar que hay frente a la iglesia del pueblo mientras una camarera que mascaba chicle me preparaba un café con esa mirada que traducía del euskera. Decía algo así: «Qué pesados estos turistas».
Cueva de Zugarramurdi, Navarra. Foto: Fran Pallero
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Hola
Aqui os dejo una banda sonora que he compuesto recientemente sobre las cuevas de Zugarramurdi, la podeis escuchar en … http://bilbaomusic.net/Ancestors/, espero que os guste, que disfruteis de la musica.
Joxe
Hola Joxe, enhorabuena por tu composición. Ha sido un placer escucharla y una sorpresa enorme saber cómo inspiran estas cuevas que tanto me gustan. Me ha encantado tu música y espero que sigas componiendo y poniendo melodía a paisajes tan hermosos. Un fuerte abrazo desde Tenerife.