El hecho de que a veces menos es más puede llegar a resultar una concepción contradictoria, pero todo en esta vida depende de cómo sintamos y recibamos los estímulos y resultados de los actos en nuestra creación del deseo.
Un hotel pequeño, aislado, con poco personal, sin llegar tan siquiera al núcleo turístico de Puerto de la Cruz, debiendo utilizar vehículo para ello y un tiempo aproximado de 15 a 20 minutos, puede llegar a ser una incomodidad para muchos y un reclamo poco llamativo. En cambio, en mi último periodo de vacaciones huí de establecimientos de gran lujo, con grandes piscinas y largas caminatas hasta los diversos restaurantes, tanto a la carta como buffet, que pueden llegar a ofrecer la mayoría de los que nos encontrásemos en Costa Adeje y alrededores.
Y lo hice porque, quizá, para mí, estos establecimientos los veo como un espacio laboral y de desarrollo de relaciones y tramitación de documentos de FPE (Formación Profesional para el Empleo) casi diario, o quizá porque hay momentos en los que la comodidad es sinónimo de tranquilidad, con poca comunicación con los trabajadores del hotel y, si ésta existe, que sea verdaderamente personal, un tú a tú de intereses compartidos y sonrisa espontánea.
Me quedó claro que mi descanso debía ser en un lugar algo aislado, de esos de los que en tantas ocasiones he oído hablar o he visto pero en los que nunca entraba. Hasta que un día me decidí y me alojé. De entrada, sitios así pueden traerte a la memoria sentimientos de humildad y enseñanza, nos hacen ver que los prejuicios son peligrosamente arriesgados a la hora quedarnos encerrados en creencias equivocadas de cómo son las diversas realidades que subyacen en el interior de cada hotel.
Y es verdad que el tiempo que me acompañó no era el de un cielo azul con sol radiante, ni el piscinero estuvo las ocho horas que le correspondían en su puesto, ya que no había bañistas durante largo período, ni el personal de animación era de una profesionalidad digna de un gran lujo, pero sí puedo asegurar que jamás me había reído de una forma tan espontánea con una animación que en ocasiones podía rozar el esperpento. Y eso, dudo mucho que se consiga en un 5 estrellas de renombre.
El hecho de que tuviese que volver a la terraza a devolver las toallas que nos habían facilitado en la piscina el primer día, sin comunicarnos que debían de ser entregadas en recepción junto con las llaves (que no tarjeta) de la habitación, me pareció un aspecto tan natural, tan propio de los cuatro días que estuvimos compartiendo la cultura de ese rincón norteño, que no puse ningún impedimento ni realicé ninguna queja, en contra de lo que me exigía mi compañera. Al contrario, doblé esas toallas, las introduje en una bolsa y me despedí dándole mis más sinceras gracias por el rato recibido en la estancia.
Mientras volvía al sur de Tenerife me di cuenta de que necesitaba menos infraestructura y protocolo ceremonial de actuación, porque tuve más transparencia y trato personalizado. Y de lo que unos huyen, otros buscan; todo depende del cómo y el qué necesitemos en cada momento.
Foto: Viñedos en Santa Úrsula con el Teide al fondo. Foto: Ayuntamiento de Santa Úrsula.
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