Estaba yo esperando como agua de mayo −nunca mejor dicho− este pasado lunes la comparecencia de Mr. Johnson con respecto a la autorización de los viajes internacionales a partir del 17 de mayo a los ciudadanos ‘reinounidenses’, pues viendo la evolución de la vacunación y los contagios en ese país me invadía cierto optimismo y confianza en que por fin el güero despeinado −Dios le da ojos a quien no quiere ver− nos daría una alegría. Pensaba yo que, si no se tiraba totalmente a la piscina, por lo menos propondría otra fecha más o menos cercana que nos permitiría ir planificando el retorno a la actividad…
Ansiaba que por fin pudiéramos sentir algo diferente a esta puñetera incertidumbre, ver cómo se animaban las reservas para este verano, que nos insuflara un poco de optimismo y nos permitiera concentrarnos en nuestro objetivo de reapertura de nuestros complejos, de reactivación de nuestros desiertos destinos, de reanimación de nuestra maltrecha economía…
Pero no. Lo que anunció fue casi lo peor que podía pasar −casi, porque siempre puede ser peor−: fue un sí pero no que nifú nifá. Que no descarta mayo, pero tampoco es seguro. Que puede que sí y puede que no −y eso que no es gallego−. Un «ya veremos» −que es lo peor que te puede decir tu jefe, tu madre, tu mujer, el profe de tu hijo, el albañil de la obra de la cocina o el funcionario del ayuntamiento−. Un jardín sin flores. O una cerveza sin alcohol. Espero que lo hayan pillado porque ya no se me ocurren más ejemplos.
En todo caso ni Boris es Dios ni podemos dejarle que se lo crea, por mucho que sus decisiones afecten directamente a nuestro principal mercado emisor y por tanto, indirectamente, a nuestros bolsillos. La normalidad, la vuelta al trabajo, el regreso del turismo depende de muchos factores, y aunque muchos no están en nuestra mano hay otros que sí, por lo que debemos reforzarlos aportando cada uno su granito de responsabilidad individual que, sumados todos, mueven montañas.
Porque la situación de algunos países −pocos todavía− va viento en popa y con tendencia positiva estable, y esperamos que próximamente algunos gobiernos empiecen a aflojar sus restricciones y permitan viajar, pero también es cierto que el famoso pasaporte −o más apropiado sería decir certificado− sanitario, que podría ayudar a volver a la normalidad, podría tardar en implantarse y además podría convivir con otros sistemas de semáforos como el que apuntan los ingleses. Por tanto, cada quien tiene que apoyar en lo que puede. Los gobiernos acelerando la vacunación al máximo y los ciudadanos colaborando y manteniendo las medidas de contención del virus, pues de lo contrario seguiremos expuestos al fenómeno que ya sufrimos durante el año pasado de continuos vaivenes −emocionales y económicos− al entrar y salir de listas presuntamente seguras y recomendaciones de viaje varias.
Aunque ahora mismo la situación general en España y Europa no es en absoluto tranquilizadora, estamos por fin en el principio del fin de esta pesadilla. Y no porque lo diga el Sr. Sánchez, que ya lo había dicho varias veces anteriormente −y esperemos que Fernando Simón no abra la boca al respecto−, sino porque ahora ya tenemos las vacunas y la cosa tiene que ir mejorando según aumente la población inmunizada.
Así lo dicta la lógica, pero también la observación de datos reales y contrastados de los países y territorios donde la vacunación está más avanzada, como el Reino Unido, Israel, Gibraltar o Estados Unidos −el caso de Chile no debe preocuparnos, pues se han identificado factores que explican esa temporal desviación sobre la tendencia que hubiera sido esperable−. La mejoría, sin embargo, será en nuestro caso de una forma mucho más lenta de lo que hubiera sido deseable, pues una vez más Europa no ha sabido estar a la altura. Ya llegamos tarde, pero espero que los gobiernos e instituciones europeos hagan en algún momento un profundo y sincero ejercicio de autocrítica sobre su gestión de la pandemia y el establecimiento de prioridades −quizá podrían organizar algún curso de esos de teambuilding y de gestión de equipos, aunque seguro que acabarán por descartarlo por no poder bonificarlo…−.
La solución del problema a corto y medio plazo pasa por la vacuna, así que la prioridad de nuestros gobiernos tiene que ser esa: vacunar. A todo lo que se menea y cuanto antes. Dicen que ni así se va a erradicar el virus, que tendremos que convivir varios años con él, quizá para siempre. Bueno, pues ya iremos viendo lo que se puede ir haciendo, surgirán nuevas vacunas más eficaces y que quizá incluso corten la transmisión, nuevos tratamientos, el virus irá también mutando y suavizando sus síntomas… No nos llevemos todavía las manos a la cabeza por ello, al fin y al cabo todos convivimos en mayor o menor medida con la suegra y ahí seguimos, capeando como podemos, todo es cuestión de adaptarse −bueno, hablo a nivel general de los demás, que mi suegra es un encanto… y suele leer este blog−.
Así que, por favor, tengamos claras las prioridades. Olvidémonos de lo que no aporta a la solución, concentrémonos en lo importante, en lo que nos va a sacar del atolladero. No gastemos energía en cosas superfluas, en tonterías. Porque…
… a ver si vamos a acabar como la Rociíto y el Antonio David, que hay que ver la que se ha montado, pobrecica todo lo que ha tenido que aguantar ella, que digo yo que si lo dice por algo será, además él tiene una pinta de chulillo que no puede con ella, y no creo que se lo esté inventando porque después de tantos años no iba a salir sino así, llorando a moco tendido, no veo yo qué otro motivo podría tener, y encima ahora van y me lo cambian a los miércoles que me viene mucho peor y a ver si ahora no me voy a enterar cómo acaba la cosa, pero bueno, siempre puedo ver el debate, pero claro, no es lo mismo, aunque les podría decir a los chicos que me lo graben, bueno, ya veré…
Lo dicho. Para salir de esta hay que tener muy claras las prioridades.
Boris Johnson, distintos escenarios de recuperación económica post pandemia, incertidumbre empresarial, reapertura de los mercados emisores, recuperación turística, vacuna contra la COVID-19
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