Esperando que hayan pasado un muy feliz día de Reyes, broche final del período navideño, me toca estrenar el blog de Ashotel de este año y, para celebrarlo, he decidido que no voy a hablar del coronavirus.
Anda, y hasta se lo habían creído. Pero voy a hacerlo desde un punto de vista razonablemente optimista, por haber podido vivir una última semana del año 2021 excelente turísticamente hablando en nuestras islas, y eso a pesar de la sexta ola, el subidón en los contagios y las cambiantes restricciones. Celebrando la Nochevieja en el hotel admito que me llegué a emocionar al ver a tanta gente de toda Europa –e incluso algún otro rincón del mundo– que había confiado en nuestra isla y elegido nuestro hotel para pasar estas fechas y escapar del duro clima y de las aún más duras restricciones en Europa a pesar de las dificultades y la sempiterna incertidumbre, que ya podemos considerar legalmente pareja de hecho. Me daban ganas de besarlos a todos, incluso al señor feo –aunque seguro que bellísima persona– de la 228, de lo agradecido que me sentía de su valor –y no porque viajar sea en sí un riesgo, sino porque así lo hacen percibir los políticos con sus medidas incoherentes y desproporcionadas– y su confianza.
También soy optimista porque los acontecimientos actuales cumplen con las predicciones de muchos virólogos y epidemiólogos al principio de la pandemia, por las que el virus muta en variantes más contagiosas pero menos agresivas para sobrevivir. Quiero pensar por tanto que podríamos estar viviendo los últimos coletazos –aunque muy impetuosos– de esta pandemia como tal, si bien no necesariamente del virus.
Creo que a estas alturas los protocolos y procedimientos tendrían que ser muy diferentes, hay que dejar de paralizar la vida y permitir que fluya. Con un porcentaje de vacunados tan elevado, estando ya en marcha la tercera dosis, con una variante que se contagia mucho más pero presenta efectos mitigados y claramente afecta en mucho menor medida a los vacunados, va siendo hora de seguir cuidándose, pero ir aflojando –increíblemente hay todavía una mayoría de países que vetan a los viajeros procedentes de Sudáfrica y países limítrofes, cuando la Ómicron está ya extendida por medio mundo y la situación de hecho es allí mejor que en Europa–.
Dejemos de contar los contagios y hablemos de enfermos, el que lo esté que se coja una baja y sea atendido debidamente, pero el que no lo esté que siga con su vida, extremando el cuidado y limitando su vida social con responsabilidad, pero sin miedo. No veo el sentido en colapsar el sistema sanitario y económico por los contagios y no por los enfermos. Quizá sea ya el momento de la verdadera “nueva normalidad”, de dejarnos de niveles, de porcentajes de aforo, de limitaciones a la movilidad… Las restricciones deberían ser menos, pero realmente prácticas, y sobre todo cumplirse y hacerlas cumplir, estando básicamente marcadas por el uso de la mascarilla en interiores, cumplimiento de la distancia de seguridad y la higiene de manos –a ver si algunos ahora por fin empiezan a lavarse después de ir al baño, coñe…–.
Según la Fundéu la palabra del año 2021 fue “vacuna”, y hay quien aventura que para este 2022 podría ser “esperanza” o “normalidad”, pero yo sinceramente me conformo con que sea “Rociíto” o “emérito”, porque será indicativo de que ya, por fin, nuestro país ha vuelto a la normalidad y volvemos a preocuparnos de lo que de verdad no importa.
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