¿Me lo dices o me lo cuentas?

Porque te vas…

24 Feb , 2023  

La Inspección de Trabajo impuso recientemente una multa al propietario de una tienda de cortinas de Barcelona por un anuncio que dicho organismo entendía como doblemente discriminatorio por cuestión de género y edad. Cuando vi la noticia por primera vez, y antes de profundizar en ella, no pude evitar imaginarme a un viejo verde que estaría buscando a una jovencita para recrearse la mirada –y quién sabe si algo más– o quizás simplemente al típico corto de miras que busca a un chico para que no se quede embarazado, menor de 20 pero por supuesto con mucha experiencia, que hable idiomas, sea polivalente, trabaje mucho y se queje poco.

Pero resulta que el anuncio que puso don Julián –nombre ficticio, no por discreción, sino porque no me acuerdo cómo se llamaba el hombre– buscaba una dependienta mujer de más de 40 años, algo por lo que más que multarlo deberían premiarlo. Al parecer en su negocio son todo hombres excepto Rosa, que al momento de publicar el anuncio estaba a punto de jubilarse –esta vez el nombre es real, pero voy a decir que es ficticio para hacerlo más interesante–. Justifica su decisión de poner este a priori execrable anuncio alegando que sus clientes son mayoritariamente del sexo femenino y edad madura, por lo que calcula que se sentirán más a gusto y se entenderán mejor con alguien de sus mismas características.

Pero al final don Julián lo que dice es –e imaginen ahora su imagen a contraluz y su voz distorsionada para ya dar el toque total de periodismo de investigación a este post– que realmente buscaba a alguien lo más parecido posible a Rosa. Incluso creo recordar que dijo Rosita, o quizá sea producto de la ternura que me invadió con su comentario. Porque lo que parece no saber don Julián es que nadie es imprescindible, pero todos somos insustituibles. Seguro encontrará a alguien que sepa vender cortinas, incluso mejor que su predecesora –y es verdad que podría ser perfectamente un caballero, ya sea joven o talludito, aunque entiendo que no quiera prescindir de ese toque femenino en su negocio–, pero ponga lo que ponga en el anuncio jamás volverá a tener a Rosita, que con sus virtudes y defectos, con su carácter, su historial y su bagaje era única, simplemente irrepetible.

El mayor fallo que cometió don Julián es la ingenuidad, pues tendría que haber puesto un anuncio buscando “dependiente/a con experiencia para tienda de cortinas”, y ya internamente descartar a todos los hombres y a las menores de 40 pero sin que nadie se entere que lo hace por eso. Al fin y al cabo eso será seguramente lo que hacen muchos y muchas en sus empresas, poniendo anuncios políticamente correctos pero descartando de manera opaca y sin testigos –o los justos– a quien no cumpla con el prototipo que idealizó en su cabeza.

La verdadera igualdad y equidad no viene tanto de la forma, que no deja de ser un medio, sino del fondo. Y algo falla cuando creemos que nuestra sociedad está avanzando a pasos agigantados en la dirección correcta, cuando en realidad estamos disfrazando de logro la pura y llana hipocresía. También es hipócrita que el propio Ministerio de Trabajo y Economía Social a través de las bonificaciones a las cuotas a la Seguridad Social trate de favorecer la contratación indefinida a personas desempleadas de larga duración que sean mujeres y/o de 45 años o más –lo cual no deja de fomentar la discriminación por género y edad hacia quienes no lo son– pero no te permita anunciarte de forma abierta y transparente en la búsqueda de esos perfiles bonificados.

El verdadero objetivo debería ser que nadie ponga un anuncio discriminatorio, no porque sea políticamente incorrecto y/o vayan a ponerle una cuantiosa multa, sino porque realmente no sintamos la necesidad de hacerlo y seamos conscientes de que las personas de cualquier edad, género, raza, nacionalidad o creencia son candidatos válidos para cualquier puesto, debiendo únicamente descartar en base a criterios de cualificación, experiencia o aptitudes detectadas en el proceso de selección.

Lo importante es que nadie deje de contratar a nadie por prejuicios machistas o de cualquier otra índole y que don Julián siga añorando a Rosita pero entienda que también Usleidy o Antoñito pueden ser ejemplares vendedores de cortinas, como también recepcionistas de hotel, agentes de viajes, pilotos de avión y hasta ministros. Cuando la mayoría de los miembros –y miembras, no sea que me multen– que forman parte de nuestra sociedad piensen así podremos de verdad considerarnos un país justo, igualitario y moderno.

Ahora no puedo evitar imaginar a don Julián con la mirada perdida a través del cristal de su ventana con el fondo de la pegadiza canción de Jeanette que relanzó a la fama la película Cría cuervos, obra maestra de Carlos Saura –que nos dejó un día antes de que la Academia le entregara el Goya de Honor, luego tengo yo la fama de gafe…–, mientras piensa en Rosa: “… y el corazón se pone triste contemplando la ciudad porque te vas…”.

 

 

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Fernando Josa Marín es director de hotel

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