Se acerca la Semana Santa y muchos de ustedes seguro que ya tienen planeada una escapada a algún lugar aunque sea sin salir de las islas, lo que no tiene nada de malo y es sinceramente uno de los mejores planes, porque no hace falta ir tan lejos para vivir algo único. Para elegir el destino supuestamente nos deberían ayudar todos esos listados que ahora están tan de moda y que nos bombardean constantemente desde Facebook, Instagram o Youtube: los diez pueblos más bonitos de España, las veinte ciudades del mundo en las que mejor se vive, los 10 paisajes únicos que no te puedes perder o los 15 países más felices… Estos listados vienen de la mano de fuentes de credibilidad contrastada y tan respetables como The Guardian, Condé Nast Traveler, el Guadalete Herald o la prima del que publica. Son especialmente curiosos los que listan joyas desconocidas pero incluyen el palacio de Versalles o te pretenden descubrir secretos como la Alhambra de Granada.
Estas publicaciones traen consigo, como no podría ser de otra manera, cientos o miles de comentarios de navegantes de la red que a veces están de acuerdo, otras acusan al autor de pucherazo, que se jactan de haber estado en todos esos lugares o que dudan de la veracidad del listado por no figurar en el mismo el pueblo de su madre. Hay listados para todos los gustos, también los que te aconsejan a dónde no ir y que incluyen las ciudades más caras o las más peligrosas. Aquí vuelve a armarse la marimorena con los defensores y detractores de tal o cual destino como si la vida les fuera en ello, poniendo en duda que la apacible Tijuana pueda figurar en tan negativo ranking.
Aunque supongo que la intención de estos listados es buena y simplemente pretende dar algunas pistas y consejos a los futuros viajeros (aunque más probablemente crear mucho tráfico, “me gusta” y/o visualizaciones en la publicación de turno), ya empieza a ser desesperante que haya tantos y algunos tan tontos y con criterios tan poco objetivos. No entiendo esa manía de poner una escala a todo, ciudades bonitas hay muchísimas y no hace falta ordenarlas para simplemente poner en valor sus cualidades, sus monumentos, su gastronomía o su personalidad. Qué más da si esta revista considera a Sevilla la más bonita y esta otra a Granada o San Sebastián, si ponen a Barcelona primero por su modernismo o a Madrid por su modernez… Todas ellas son hermosas, cada una a su manera, y no hace falta ponerlas a competir, pues es un placer pasear por todas ellas.
A pesar de mi cada vez mayor aversión hacia los destinos multitudinarios, hay muchos lugares en el mundo que todavía no conozco, como por ejemplo Nueva York o Venecia, y que quiero visitar aunque sea una vez en la vida –ya me puedo ir dando prisa– por más que suponga aguantar hordas de turistas (aunque ellos también me tendrán que aguantar a mí, digo yo). Sin embargo, cada vez disfruto más las visitas a ciudades o pueblos fuera de los circuitos habituales que, siendo menos conocidas, te ofrecen igualmente verdaderas joyas entre sus edificios y monumentos y son además ejemplos más auténticos de la vida y la cultura de sus países o regiones. Con la edad me va resultando menos atractivo conocer el museo Tal, el Palacio Cual o la Iglesia Pascual y valoro más la experiencia global en sí, siendo normalmente más placentera cuanto más sencilla. En estas ciudades o pueblos se comparten monumentos y museos muy interesantes con unos pocos turistas o incluso lugareños que están realmente interesados en su contenido, mientras que en las ciudades “imprescindibles” se sufren colas interminables y un gentío que está ahí no porque le interese, sino porque piensa que ahí tiene que estar.
Por eso no puedo entender esos paradójicos listados que se jactan de descubrir destinos raros o que comparten contigo –y con unos cuántos miles de personas más– los “25 lugares de España que no queremos compartir con nadie”. Recuerdo una noticia hace unos meses de un bello pueblo catalán que rechazó la oferta de adhesión que le hizo la asociación ‘Los Pueblos más Bonitos de España’ por miedo a la masificación turística y a arruinar el entorno. Si bien el hecho de que saliera publicada la noticia seguramente creó un irónico e indeseado efecto llamada, fomentando la curiosidad por conocer ese enclave, puedo entender perfectamente esta decisión, pues es una pena ver lugares preciosos convertidos en parques temáticos y perdiendo con ello gran parte de su encanto original. Mandemos los listados a tomar viento fresco y sigamos viajando y disfrutando de los lugares en función de lo que nos pida el cuerpo en el momento, ya sea por idílicos, románticos, aventureros o tranquilos.
Mientras ustedes siguen soñando en su destino de vacaciones para esta Semana Santa, o para el próximo verano, o con el viaje de su vida, yo lamentablemente me tengo que poner a planchar, que empieza la semana y no tengo qué ponerme. La verdad es que es una de las diez cosas que más odio de entre las tareas de la casa, yo diría que incluso por delante de poner el lavavajillas –que debe de ser la número siete–, aunque yo creo que lo que más detesto de todo es limpiar los baños. ¿Y ustedes?
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