Hay gente que gusta de echar la culpa de todo al turismo en un discurso que, lamentablemente, ya hemos escuchado anteriormente en boca de altos dignatarios más preocupados por caer bien que por gobernar (y ambas cosas se les dan muy mal). Normalmente creen estas personas estar en posesión de la Gran Verdad y, por tanto, con derecho a hablar en nombre de un colectivo o incluso de todo un pueblo, denostando lo que a día de hoy nos da de comer y mueve nuestra economía, pero sin hacer absolutamente nada para cambiar ese modelo económico del que tanto reniegan.

Porque está claro que lo ideal sería contar con una economía diversificada en la que haya una distribución equilibrada de todos los sectores, pero no basta con identificar los problemas –que eso lo sabemos hacer todos más o menos bien– sino que lo suyo sería hacer propuestas y aportar soluciones, algo que esa gente clarividente y catastrofista es justo lo que menos hace, pues pide la desaparición del turismo pero no nos explica de qué viviríamos sin él. Habrá que sentar ya hoy las bases para desarrollar políticas e incentivos que favorezcan ese cambio estructural a largo plazo, pues lógicamente no será de hoy para mañana, y que tampoco tiene por qué suponer la reducción del turismo –mucho menos su aniquilación– sino una mejor gestión de éste y una mayor presencia del resto de sectores.

Recordarán que con la pandemia se criticó mucho al turismo pues su desplome afectó de forma muy contundente a la economía española y canaria, y ya algunas mentes preclaras se permitieron entonces insultar a los que vivimos de esto con comentarios que resultaban tristemente clasistas viniendo de gente supuestamente muy del pueblo.

Que dependamos del turismo no es culpa de los empresarios turísticos ni de los que trabajamos en hoteles, restaurantes y bares y de poco sirve faltarnos al respeto, pero hay quien piensa que todo vale por el minuto de gloria en redes. Sin embargo, es el turismo el que nos ha levantado y permitido remontar a niveles incluso superiores a los prepandémicos a pesar de la galopante inflación. No creo que exista el mix perfecto de distribución de la economía, pues según las circunstancias –y nunca sabemos cuáles van a ser éstas– reaccionará mejor uno u otro.

Que dependamos del turismo no es culpa de los empresarios turísticos ni de los que trabajamos en hoteles, restaurantes y bares y de poco sirve faltarnos al respeto

También hay que tener en cuenta que la ciencia y la sociedad están tomando derroteros hasta ahora desconocidos y que podrían tener consecuencias insospechadas. Si ya ha sido duro encajar lo de los cinco puntos de la audiencia a nuestro “EAEA” eurovisivo, lo de la IA es que me tiene pasmadito –por no usar otra palabra bastante malsonante, aunque mucho más gráfica–, pues si todo evoluciona de la manera en que parece que lo va a hacer nos podríamos encontrar ante un escenario en el que prácticamente sería innecesario estudiar o aprender y millones de personas a nivel mundial dejarían de ser útiles –sumándose, por tanto, a las inútiles preexistentes–, pues el ingenio artificial hará su trabajo más rápido y mejor, y sin pausa para el café o el cigarrito.

Pero en ese futuro distópico –y cada vez más cercano– tampoco entiendo quién va a hacer uso de esos productos y servicios hechos a las mil maravillas por un regimiento de C3PO  si nos vamos a ir todos al paro y no vamos a tener dinero para comprar, y por tanto tampoco habrá clientes para esos productos, por lo que no hará falta producirlos. Así las cosas, la IA necesitará igualmente irse al paro y quizá exigirá también su derecho a prestación, sabiendo además hacerlo a la perfección sorteando todos los recovecos de la Administración Pública y sin necesidad de usar horribles chatbots o hacer llamadas interminables, aunque probablemente la Administración a su vez también hará uso de la inteligencia artificial para evitar que se sorteen los susodichos recovecos…

Y así entraremos en un bucle que quién sabe hasta dónde llegará y si quizá nos hará explosionar, implosionar o incluso todo lo contrario. Da bastante yuyu comprobar cómo hace ya casi 60 años Stanley Kubrick se planteaba en su película 2001: una odisea del espacio las consecuencias de que la IA se nos fuera de las manos y las máquinas lograran una inteligencia superior a la de sus creadores humanos, temor que comparte incluso Geoffrey Hinton, uno de sus pioneros. Como siempre, llegaremos tarde y mal.

Mientras tanto, y en lo que vemos qué nos depara el futuro, tendremos que seguir intentando hacer las cosas lo mejor posible en un plano más terrenal. En ese sentido el activismo no sólo es positivo, sino que muy necesario, pero no tiene por qué ser radical y de hecho debería ser totalmente compatible con el diálogo. El peligro de sólo escucharse sin dejar hablar es que uno puede llegar a pensar que tiene toda la razón. Y eso históricamente siempre ha traído consecuencias nefastas.

Resumiendo, es imprescindible para el bienestar económico y social de cualquier país una correcta planificación y gestión de los recursos, pero también de las situaciones que se van encontrando en el día de día y a todos los niveles, siendo fundamental la capacidad de adaptación rápida y eficaz a las cambiantes circunstancias (como lo fue el covid-19 y lo será la IA). Para eso necesitamos –ahora y siempre– ciudadanos implicados que se quejen menos y aporten más, empresarios valientes que se atrevan a invertir en las áreas que más convengan en cada momento y, sobre todo, buenos políticos (con lo cual ya nos podemos dar por extinguidos). Quizá en esto sí nos venga bien un poquito más de inteligencia artificial, porque claramente con la natural no da…

 

 


Fernando Josa Marín es director de hotel

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