Ya estamos en la víspera de Todos los Santos, más conocida como la noche de brujas o Halloween, que a pesar de su origen celta −con un poco de religión y un mucho de paganismo− se estableció firmemente en la cultura popular norteamericana y se ha extendido en los últimos tiempos de manera vertiginosa al resto del mundo gracias principalmente al poder del cine y la televisión.
En los hoteles se ha convertido también en motivo de obligada celebración e incluso de inadmitida competición por mostrar en el Facebook las más originales decoraciones, pues ya no bastan simples calabazas y telarañas, ni palitos de pescado con kétchup en el buffet asemejando dedos cortados servidos por diligentes empleados con cuchillos atravesando sus cabezas. Es esta noche una oportunidad única y maravillosa para olvidarme de la calvicie poniéndome una peluca pretendidamente vampiril pero que extrañamente me asemeja más a Puigdemont (lo cual es aún más terrorífico) y también para aliviar parte del resentimiento acumulado dándole un susto de narices al repelente hijo del cliente pelma de la 319.
La entrañable tradición del “truco o trato” se ha visto este año algo adelantada con algunos políticos no excesivamente disfrazados y llevando una bolsa vacía –pero de gran tamaño, así de altas deben de ser sus expectativas– tocando a la puerta del presidente en funciones esperando algo más que caramelos. La verdad, no sé qué será mejor, si el truco o el trato.
Es esta la noche perfecta para ver en familia algo terrorífico, pero como ya quitaron el Sálvame y el Telediario lo tenemos todos los días, pueden optar por alguna película de miedo o quizá hacerse una maratón de alguna serie de zombies. Yo no soy muy fan de este tipo de ficciones, pero me permito recomendar si no la han visto la serie Black summer, que hace pasar muchísimos nervios y está impecablemente realizada, siendo probablemente la mejor del género. Porque, además, aquí los zombies cuando se transforman se ponen a correr como locos −igual que los guiris nada más llegar al hotel para pedirse un mojito en el bar y ponerse panza arriba en la hamaca de la piscina−, cuando lo habitual en la mayoría de estas series es que se muevan torpemente emitiendo espeluznantes sonidos guturales −igualito que esos mismos guiris intentado volver a su habitación al final de su primer día en “todo incluido”−.
Si no son muy de celebrar estas cosas no se preocupen, el resto del año seguirán teniendo la oportunidad de ver a mucho fantasma –aunque en descapotable−, alguna que otra bruja –como la vecina del quinto– y probablemente les acaben dando calabazas en algún momento. Y quizá también les toquen a la puerta y se encuentren a alguien con una peluca emitiendo extraños sonidos. Podría ser alguien haciéndose pasar por un zombie. O quizá sea Puigdemont.
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