Resulta siempre difícil expresar con palabras la huella que determinadas personas dejan en tu vida. Son un conjunto de momentos, anécdotas, conversaciones y circunstancias que, sin darte cuenta, uno va guardando en su cajita de recuerdos y que brotan de repente cuando esa persona ya no está. Y es precisamente en ese momento cuando te das cuenta de todo lo bueno en lo que te impactó.
Así es como recuerdo a don Manuel Álvarez de la Rosa, abogado de Ashotel y catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la ULL. Aunque lo conocí en los primeros años de la década del 2000, siendo uno de los socios del despacho de abogados que llevaba los asuntos jurídicos de Ashotel, fue a raíz de que me designaran adjunto a la Gerencia, allá por 2006, cuando mi relación con él fue más cercana, pues ambos asistíamos a las reuniones del Consejo Directivo y de la negociación del convenio colectivo. Confieso que no entendía una sola palabra de lo que decía. Conceptos como cláusula obligacional, ultraactividad del convenio, convenio estatutario y extraestatutario, derecho positivo, derecho natural… y un largo etcétera que sonaban a un extraño lenguaje imposible de comprender para un lego en la materia como era mi caso. Es por eso por lo que le decía que, en parte, él fue el “culpable” de que me pusiera a estudiar Derecho pocos años después, básicamente para entenderlo.
Siempre encontré en él, cada vez que lo interpelé, una explicación minuciosa ante una duda laboral, una palabra de aliento en el estudio y un sabio consejo como viejo maestro que era, pues atesoraba una vasta cultura que afloraba desde el primer momento en cualquier conversación. Todo ello, rodeado de humildad, pues como gran intelectual que era no tenía que decirlo, simplemente se le notaba al entablar cualquier conversación con él.
Gran negociador, tenía el don de la persuasión y era capaz de encontrar argumentos para convencer a los representantes de la patronal y a los de la representación sindical de que siempre era mejor encontrar un acuerdo que atendiera, al menos parcialmente, a ambos intereses. “Negociar no es ceder”, me decía, “es pactar, acordar y mejorar para ambas partes la posición de partida”. Y recuerdo, con afecto, cómo me explicaba que en las negociaciones que dirigió del convenio colectivo provincial de hostelería solía tener a cada lado suyo en la mesa a dos pesos pesados de la hotelería de aquel momento, como Carmelo Pérez Abreu y Agustín Ávila, capaces de traducir rápidamente en números los acuerdos jurídicos a los que se estaba a punto de llegar para aceptarlos o rechazarlos.
Poseo varias ediciones de su manual Derecho del Trabajo escrito junto al profesor Palomeque —una de ellas con una entrañable dedicatoria— y con el que se han formado muchas promociones de abogados laboralistas y que me fue de gran ayuda para el estudio del grado y, posteriormente, del máster de Abogacía.
Descubrí con el tiempo que compartía con él una pasión por la cultura francesa, de la que, por supuesto, era un gran conocedor. Me regaló un ejemplar de su libro De Gaulle, un retrato de Francia que guardo con cariño. Cada 14 de julio le enviaba un vídeo de Mireille Mathieu cantando la Marsellesa, cuya versión me dijo que le gustaba mucho.
Así es como lo quiero recordar, como una persona íntegra, extraordinariamente culta e inteligente y con un profundo conocimiento de muchos temas, desde los más cotidianos hasta los de mayor reflexión y, por supuesto, de lo que fue su profesión y pasión: el Derecho del Trabajo.
Sit tibi terra levis, don Manuel
Y permítanme la osadía de terminar con una expresión suya que, aunque un poco malsonante, dicha por él sonaba a otra cosa…. ¡Listo pal carajo!
En la imagen destacada, un reciente encuentro (de izquierda a derecha) entre Antonio González Casanova, Jorge Marichal, Mónica Molina, Manuel Álvarez de la Rosa y un servidor, Juan Pablo González.
catedrático de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social de la ULL, Manuel Álvarez de la Rosa, obituario
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