No queríamos levantarnos del sillón ni ver la realidad que se nos avecinaba. Preferíamos encerrarnos en un despacho a analizar insufriblemente las cuentas de ingresos y gastos, durante días, semanas y meses, pidiendo al cielo una inspiración divina que nos ayudara a recortar aquí y allá, a ser más productivos, a simplificar procesos para ahorrarnos un céntimo de gasto por persona y día, que multiplicado por cientos de personas y cientos de días nos daban un margen suficiente y mediocre para aliviar nuestro sueño durante un par de noches.
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