El primer café que pedí en Tenerife tuve que hacerlo en inglés. En inglés y con las medias puestas a pesar del calor. Definitivamente, pensé, hay inviernos e inviernos. Por ejemplo, el invierno que hacía apenas una hora había dejado ese día en Bilbao era de abrigo y leotardos. Un invierno de cafeterías, museos, galerías y seminarios. Uno muy querido y navideño. Y luego estaba el de Los Gigantes, al sur de Tenerife, con el que no contaba en absoluto. Se trataba de un invierno tendido al sol, enamorado del cielo y envuelto en sal. Un invierno inesperado, pero con el que me tocaba convivir.
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