Frente al mar. Frente al mar y sentados en una terraza algo elevada de un restaurante. Pero cuando digo frente al mar, no es que viéramos el mar a lo lejos. Me refiero a que el mar llegaba hasta los cimientos de la terraza, junto a los que había un pequeño espacio de arena donde los bañistas descansaban entre chapuzón y chapuzón. Así que, tal vez, además de frente al mar sería conveniente decir que estábamos casi, casi, encima de él.
Encima del mar. Sentados y mirando el horizonte marino y a los niños que se bañaban a ¿cuántos? ¿tal vez a cinco metros de nosotros? ¿A seis? En cualquier caso, muy cerca. Un día excepcional, con el sol justo y la temperatura agradable. Eso sí, hambrientos. Estábamos hambrientos porque ya era algo tarde y no habíamos comido desde el desayuno. Miramos la carta y nos decidimos por un par de platos y bebida. Misión cumplida: relax, paisaje de lujo y, pronto, comida y cervezas.
Esperar. Esperamos mucho. Demasiado. Y no tenía que ser así, en aquel lugar del sur de Tenerife tan turístico, El Médano. Pero el caso es que aguantamos más de lo aguantable. Al final, mi compañero tuvo que levantarse, acercarse a la barra y pedir boquerones y chopitos. Dos platos superestandarizados e hipersolicitados por aquellos lares. Sin embargo, también tardaron lo suyo en llegar. Y lo comentamos: qué mal servicio.
Hambre. Nos quedamos con hambre. Por eso, nueva comanda: croquetas caseras. Por eso, mi compañero tuvo que levantarse otra vez para burocratizar la solicitud. «Me han dicho que en realidad no son caseras, que son de las congeladas», me suelta. Mal rollo. Sobre todo porque los boquerones, en aquel restaurante costero, nos los dieron de bote. Bueno, pues nada. Hubo tiempo de cambiar de opinión. Mucho tiempo. Volvió a levantarse y solicitó el cambio: ensaladilla en lugar de croquetas. En esta ocasión el plato nos llegó algo antes. Nada del otro mundo, una ensaladilla muy salada pero con poca gracia. Inaudito.
Miradas. Nos miramos y miramos alrededor. Pocas mesas para tanta tardanza. Turistas esperando sus platos. Comentarios entre nosotros sobre lo que van a tener que aguantar los pobres. Comentarios sobre los boquerones, que son exactamente los mismos que come mi compañero en Pamplona cuando abre una lata en su casa. Comentarios sobre lo bien que se está en esa terraza con el mar a nuestros pies. Qué buen tiempo. Qué paisaje. Decido que volveré otra vez. Otra que no tenga hambre. Solo a por un café.
Foto: Turismo de Tenerife
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