No tuve el placer de conocer a quienes hace 40 años propiciaron la creación de la Asociación que hoy tengo el placer de presidir, pero fueron muy hábiles para darse cuenta de que el sector era estratégico y lo sería más en el futuro. Supieron compartir sinergias, luchar por convencimientos comunes y aportar de forma colectiva los conocimientos, preocupaciones e inquietudes con la sociedad civil y política de la época. No debió ser fácil. Tampoco lo es ahora. Les contaré por qué.
Representamos a la mejor industria que tiene nuestro archipiélago, un sector en el que existe un convenio colectivo de los más completos del país. Sin embargo, persiste en la sociedad cierto rechazo al turismo en general y a los hoteleros en particular. Como en todos los aspectos de la vida, existen desalmados que incumplen la normativa, y lo que tenemos que hacer es denunciarlos y erradicarlos de la actividad. De hecho, me he ofrecido reiteradas veces a acompañar al juzgado a denunciar prácticas abusivas. No podemos mirar para otro lado, porque aunque creamos que no va con nosotros, nos equivocamos. Esos desalmados desgastan nuestra imagen, abusan de nuestros compañeros y compañeras y nos hacen competencia desleal.
Vivimos unas temporadas magníficas, una buena oportunidad para analizar en esta tribuna algunos de los asuntos que nos ocupan y se cocinan hoy en nuestro Parlamento, a los que si no logramos dar la solución adecuada, marcarán el futuro del modelo turístico de nuestro archipiélago.
Como en todos los aspectos de la vida, existen desalmados que incumplen la normativa, y lo que tenemos que hacer es denunciarlos y erradicarlos de la actividad. De hecho, me he ofrecido reiteradas veces a acompañar al juzgado a denunciar prácticas abusivas.
El primero hace alusión a una modificación de la Ley del Suelo que permite consolidar y legalizar los usos residenciales en complejos turísticos. Esos complejos se construyeron en su día sobre parcelas mixtas que, debido a las diferentes crisis, se dividieron horizontalmente y se vendieron por unidades a personas que querían pasar allí vacaciones y fines de semana. Y mientras no las utilizaban, las cedían para la explotación turística. El modelo funcionó. Se respetaba esa unidad de explotación y todos vivían contentos, pero con las diferentes crisis los explotadores no pudieron seguir pagando lo mismo y los propietarios decidieron que era más rentable alquilar a residentes o trabajadores de la industria turística. Mal asunto. Fue entonces cuando comenzaron a mezclarse los usos y empezamos a ver a turistas conviviendo con residentes. Entonces los explotadores pedían inversión en los complejos y los propietarios no querían porque, total, para lo que pagaban… Esa mezcla de usos genera tensiones, está comprobado, y la calidad e imagen del destino se resienten. ¿El resultado? Urbanizaciones obsoletas con precios bajos, sin inversión y que tanto daño le han hecho a la rentabilidad de la industria.
El modelo que defendemos, que nos ha hecho líderes turísticos mundiales, está basado en la urbanización turística, la unidad de explotación, la separación y la especialización de usos. Y, lo más importante, es el que mantiene y genera empleo estable y cualificado en las Islas.
Otra decisión controvertida es la ejecución de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la posibilidad o no de construir en Canarias hoteles nuevos de cuatro estrellas, lo que algunos usan intencionadamente para criticar que no se les permite crecer. Quienes hablan aquí de que impera la moratoria saben muy bien que se pueden construir hoteles de 5 estrellas sin cortapisas, que la diferencia económica con uno de 4 estrellas no supera el 7% y que se genera un 40% más de empleo, además de que se atrae a clientes de mayor poder adquisitivo.
¿Cuánto durará esta vez la bonanza? ¿Hay alguien que no recuerde que esto ya sucedió en el pasado y que volveremos a un mercado de oferta en el que los precios se hundirán y la competencia por el exceso de camas será feroz? ¿No es más razonable convertir los beneficios de ahora en reinversión en los productos existentes, aumentándolos de categoría y mejorando su retorno futuro? Y el que quiera construir nuevo, que lo haga en la categoría que más empleo y rendimientos genera. A mí, desde luego, me parece lo más razonable.
El estado de las infraestructuras públicas es otro asunto vital. Los porcentajes de inversión en espacios turísticos y promoción son ridículos si los comparamos con los 1.400 millones de euros que la actividad deja en impuestos en Canarias. Es fundamental que recuperemos, por ello, el Plan de Infraestructuras Turísticas y darle mayor contenido económico. ¿Y las aeroportuarias? No hace falta ningún título de ingeniería para saber lo deficitarias que son; por ejemplo, Tenerife Sur, cuya terminal es la única de los grandes aeropuertos de España que no está a la altura, mientras sigue siendo de las más rentables de la red nacional.
¿Cuánto durará esta vez la bonanza? ¿Hay alguien que no recuerde que esto ya sucedió en el pasado y que volveremos a un mercado de oferta en el que los precios se hundirán y la competencia por el exceso de camas será feroz?
La vivienda vacacional y su regulación es otro debate candente. Hace algunos años, cuando su notoriedad comenzó a crecer, ya manifesté que se trataba de un cambio de paradigma social y no turístico. Nos empezaron a hablar de economía colaborativa, del complemento de rentas de la señora Manolita y de no sé cuántas más excusas para disfrazar un nuevo y productivo negocio que aprovechó la falta de regulación para tener ventajas competitivas. Hablaban de una nueva clase de turistas que quería impregnarse de la cultura local y convivir con los oriundos del lugar. ¿Y por qué querían meterse en las urbanizaciones turísticas? Sigo con mi respuesta: es un negocio más.
Ya el decreto de 2015 la reguló como producto turístico, y la justicia sentenció después que no se puede prohibir su desarrollo dentro de las zonas turísticas… ¡Precisamente por eso existen diferentes productos!, ¿o acaso un hotel rural se puede instalar en cualquier sitio? Si las viviendas vacacionales se ubican en zona turística deben respetar los principios de unidad de explotación y de separación de usos. Además, se debe exigir la responsabilidad solidaria de las plataformas que las comercializan, no sólo en la publicación de productos legales, sino en la recaudación y liquidación de impuestos.
En definitiva, la nuestra es una industria compleja y llena de incógnitas, pero bonita y dinámica al mismo tiempo. Debemos estar orgullosos de lo que hemos logrado entre todos en estos 40 años, pasando de una economía casi de supervivencia a una de servicios turísticos globalizada y supercompetitiva, con más de 15 millones de turistas anuales. Y es ahora cuando tenemos que dejar de pensar en el número de turistas para hablar del retorno que la sociedad recibe. Quizás con menos turistas podamos tener mayor rentabilidad y, de paso, apostamos por la sostenibilidad.
Renovar, modernizar, formar, diferenciar, especializar… en definitiva, crecer hacia dentro. Eso también es crecer.
Felices fiestas y que 2018 nos mantenga en la buena senda.
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