A pesar de su actualidad, no me refiero a los dos metros recomendados entre personas, sino a su vertiente más psicológica. Hace unos días estaba yo en el súper con mi mascarilla superfashion −antes muerto que sencillo− y justo en el momento en que realizaba la salida del establecimiento di un resoplido que empañó mis gafas y nubló mi vista por unas décimas de segundo, con tan mala suerte que por mi izquierda venía una señora de aspecto dulce y bastante mayor a la cual, siendo para colmo ese mi lado más cegatón, no vi. Nunca llegó a haber peligro de choque ni tan siquiera a transgredir la distancia de seguridad, pero la susodicha se llevó un susto morrocotudo y soltó un grito corto y seco.
Me disculpé con gesto apaciguador y sonrisita picarona −o eso pensaba yo, porque cuando me hacen fotos siempre creo que estoy muerto de la risa y luego salgo que solo me falta el candelabro− y tomé para la derecha con mis muy medioambientales y pesadas bolsas de rafia −es que había una irresistible oferta 2×1 de cervezas, que no está la cosa para desperdiciar oportunidades como esa en productos de primera necesidad, aunque admito que la de las lechugas no tuvo el mismo efecto−, y cuando llevaba unos metros caminando oí por detrás como alguien insultaba “¡desgraciao!”, y continuaba con un “¡te vas a enterar!”.
Yo como iba con mi velocidad de crucero y en mi habitual modo autoempanado no le di mayor importancia, pero cuando iba a llegar a la esquina de la calle donde estaba mi coche de pronto la dulce señora –sí, la del susto– se puso a mi altura por un lado, empezó a levantar las manos mientras hacía gestos obscenos y me gritaba de manera apenas inteligible −la mascarilla no ayudaba, y para lo que entendí, hubiera preferido no hacerlo−. Doblé la esquina y por el rabillo del ojo −el otro, el menos malo− pude ver cómo seguía hecha un basilisco y se desgañitaba usando un lenguaje todavía incomprensible pero sin duda soez. Yo, con mi habitual actitud conciliadora, levanté ligeramente el puño derecho cerrado hacia mí mientras con el dedo índice de la otra mano presionaba un botón lateral imaginario y elevaba de manera pausada el dedo medio a modo de sublime peineta.
Recientemente también debatía vivamente un tema de actualidad con un amigo en una terraza, la cual respetaba perfectamente las normas en cuanto a aforo y distancia de seguridad, por lo que no había nadie a menos de dos metros de nosotros. A pesar de ello, todos los que estaban en las mesas de alrededor empezaron a meterse en la conversación. Uno me dijo que yo era un cantamañanas −traducción libre del autor por no repetir sus verdaderas palabras−, que era una chorrada lo que yo estaba diciendo y que más me valía quedarme callado con esa cara de −omito de nuevo intencionadamente− que tengo. Mi amigo alegó que tengo todo el derecho a pensar diferente, a expresar mi opinión y a que no se metan en nuestra conversación, so cotillas. Sin embargo, una chica de otra mesa le dijo que era un progre frustrado y que se fuera a otro lado con su república bolivariana. El primer chico la tildó de facha retrógrada y le recomendó una mayor actividad sexual. Mientras, un señor sentado a un lado se burló de mi calvicie y la pareja que estaba al fondo empezó a mover la cabeza de un lado a otro repetidamente mientras hacían un extraño gesto con la cara y decían “WTF”. Otro caballero le echó la culpa de todo al Gobierno.
Uno me dijo que yo era un cantamañanas −traducción libre del autor por no repetir sus verdaderas palabras−, que era una chorrada lo que yo estaba diciendo y que más me valía quedarme callado con esa cara de −omito de nuevo intencionadamente− que tengo
Bueno, voy a ser sincero. Cuando sucedió lo de la señora en el súper, yo no iba caminando, sino saliendo con mi coche del parking, que tenía muy poca visibilidad, y en realidad la señora me acabó persiguiendo con su coche y adelantándome tocando la pita cuando ya tomaba la salida de la autopista. Tampoco tuvo lugar la segunda escena en una terraza, sino en el Facebook, cuando se me ocurrió comentar algo a propósito de una noticia de actualidad que había compartido un amigo −los insultantes eran todos gente desconocida para mí, incluida la pareja del gif−.
Por algún extraño motivo, cuando sentimos que tenemos un escudo −el coche cuando conducimos o el pseudoanonimato de las redes sociales− nos venimos arriba y nos volvemos maleducados, malhablados, misóginos, retrógrados e intolerantes. Si actuáramos así en todos los ámbitos de la vida, por ejemplo cuando caminamos por la calle, compramos en una tienda, esperamos en el dentista o en la vida política −bueno, ahí no cuenta− sería del todo insostenible y probablemente ya nos habríamos extinguido, o quizá viviríamos en una sociedad tribal, aunque como punto positivo quizá nos evitaríamos la aparición de un virus devastador una vez al siglo para poner un poco de orden.
Por algún extraño motivo, cuando sentimos que tenemos un escudo −el coche cuando conducimos o el pseudoanonimato de las redes sociales− nos venimos arriba y nos volvemos maleducados, malhablados, misóginos, retrógrados e intolerantes.
Bueno es el debate y sería realmente muy aburrido y poco efectivo si todos pensáramos igual y actuásemos sin margen de error, pero siempre con respeto a unas normas básicas de educación y a la opinión, por muy diferente que sea, de los demás. Todos podemos equivocarnos y tenemos derecho a hacerlo, de poco sirve el insulto y la burla. Tenemos la suerte de vivir en una sociedad moderna que nos permite disfrutar de grandes avances sociales, sanitarios y tecnológicos, no los desaprovechemos, permitamos que enriquezcan nuestro día a día. No tiremos por la borda todo lo que hemos avanzado, disponemos de medios que hace no tanto eran solo un sueño. Imagínense lo increíble que es poder escribir el contenido de este post, por ejemplo, sin apenas escribir nada, con una aplicación en el móvil con la que uno puede ir dictando todo lo que se le ocurre incluso mientras conduce y luego solo tiene que cuidar al editar el texto para que… mecagüen-la-topera-qué-susto-me-ha-dao-la-capulla-del-coche-verde-ese-de-las-narices-mujer-tenía-que-ser-domingueraaaaaaaa.
Así, sin duda, conseguiremos una sociedad mejor.
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