Ahora que estoy regresando a Tenerife de un viaje relámpago a Creta para conocer y experimentar en persona uno de los conceptos hoteleros de uno de nuestros principales colaboradores ‒precioso lugar y maravillosa gente, por cierto‒, ha sido inevitable que vuelva a surgir mi bien merecida fama de gafe ‒no exclusiva, pero especialmente activa en mi variante viajera, sobre todo cuando se trata de aviones‒. Digamos que en todo viaje que hago sé que algo me va a pasar, la duda es únicamente qué y cuándo. Y no me refiero a simples retrasos ‒quien más quien menos, todos los hemos sufrido en algún momento‒, sino a experiencias realmente poco comunes.

Mis hijos, siendo aún pequeños, pusieron el grito en el cielo la primera vez que viajaron solos conmigo y de repente ese día se puso una espesa niebla ‒no, no era Tenerife Norte‒, por lo que el vuelo directo por el que pagué un pastón con tal de llegar rápido y a tiempo para Reyes ‒era la víspera y, alerta spoiler, mis hijos todavía creían que ellos dejaban los regalos‒ se convirtió en una pesadilla de cuatro horas en una guagua llena de jubilados del Imserso ‒que conste que no tengo nada contra ellos, pero no les recomiendo la experiencia– hasta el aeropuerto alternativo y llegada in extremis a casa a las 5 de la mañana mandándolos a acostar ipso facto so pena de que los Reyes pasaran de largo. Nunca me lo perdonaron,  todavía resuena en mi mente ese “¡papi, con mami no nos pasan estas cosas!” que yo afronté de forma madura con gesto grave y moviendo la cabeza ligeramente de un lado a otro con un: “pipi quin mimi ni nis pisin isis quisis”.

En el momento de escribir estas líneas estoy subido al avión de Atenas a Madrid para volver a Tenerife. Lo hago con una cierta tranquilidad, ya que lo que tenía que pasar ya pasó a la ida y normalmente la cuota es de una peripecia grave por viaje completo de ida y vuelta ‒debería haberme callado, que todavía tengo que agarrar la conexión‒, aunque puede haber otros sucesos menores que animen un poco el periplo. Parece que mi fama ya trasciende lo personal y en mi hotel todo el mundo la conoce, ya que uno de mis compañeros en este viaje de trabajo, para quienes era su primera vez viajando conmigo, decidió a última hora adelantarse y cambiar a un vuelo anterior ‒se lo veía venir, supongo‒, y el otro, que dos días antes estaba bromeando sobre ello en el hotel y claramente no entendió el verdadero alcance del peligro, mantuvo ingenuamente el mismo vuelo que habíamos reservado inicialmente. Craso error.

El día del vuelo a Barcelona todo iba más o menos normal, incluso nos colamos sin querer en la fila del check-in Premium sin correspondernos, con lo que nos evitamos una tremenda cola ‒ingenuamente pensé que era mi día de suerte‒. Tras embarcar y estar un rato esperando, por fin nos dirigimos a la pista de rodaje de Los Rodeos ‒perdón, Ciudad de La Laguna‒ y después de varios minutos más de espera, nos informaron de que volvíamos a la terminal por un problema técnico. Y que el avión seguramente se quedaría en tierra. Al final hubo que esperar a que llegara el último avión del día ‒el que normalmente duerme en Tenerife‒ y fueron nada más y nada menos que ocho horas de retraso. Aunque no se lo crean, cada vez que me pasa me da la risa ‒ante las miradas entre la estupefacción y la ira del resto de pasaje‒, pues siempre hay una parte de mí que piensa que quizá esta vez, aunque sea una sola, no sufriré ningún percance y me resulta increíble –y a la vez no‒ cuando, para variar, se cumple la maldición. El plan inicial de pasar una noche en Barcelona con toda tranquilidad y sosiego para tomar la conexión descansaditos disfrutando de paso de una cena en algún lugar chachi piruli de la capital catalana se convirtió en llegar a las 4 de la madrugada al hotel ‒que por cierto había cancelado la reserva pues ya no nos esperaba a pesar de haber avisado del percance‒ y medio dormir cuatro horas para salir de nuevo deprisa y corriendo al aeropuerto. Huelga decir que el que adelantó su vuelo llegó al desayuno fresco y lozano, mientras que el desaprensivo y yo amanecimos con una cara de zapato que se fue agravando con cada conexión.

Aparte de los típicos vuelos desviados de Tenerife Norte a Sur ‒por supuesto justo cuando uno ha dejado el coche en el parking del aeropuerto y tiene que volver al norte a recogerlo‒, vuelos con tres intentos de aterrizaje, tres horas de espera en el interior de un avión por tormenta salvaje en Madrid, vuelo retrasado a Mallorca por otra tormenta pero habiendo salido el de otra compañía con el mismo destino minutos antes ‒y que salió tres horas después con las correspondientes turbulencias nivel pro‒, otro vuelo de la Península a Las Palmas del que también nos bajaron después de embarcados y que finalmente salió pero con la lógica pérdida de conexión a Tenerife y la correspondiente pernoctación de madrugada, otro vuelo fantasma de conexión que compré y que llegó a salir incluso en la pantalla del aeropuerto para luego dejar de existir sin dejar rastro y para el que no había nadie más previsto, metiéndonos finalmente en otro que partía varias horas después cuando fuimos al mostrador a preguntar… Lo curioso es que todas estas situaciones, aunque incomodísimas, suelen terminar relativamente bien ‒normalmente llegando de madrugada y teniendo que salir luego temprano, pero por lo menos alcanzando la conexión o llegando al destino final‒.

También tengo cierta experiencia con barcos. Por ejemplo, una vez perdimos un vuelo de regreso a España por haberse cancelado la conexión marítima en la isla donde estábamos por fuertes vientos y ya me temía yo que terminaría comprando nuevos pasajes para la familia al completo a precio desorbitado y pagando la noche de hotel no utilizada en la capital. Al fin salimos día y medio después –sufriendo un periplo de cinco horas en un barco que más parecía una mecedora lleno de cientos de personas mareadas y vomitantes‒  y la verdad sea dicha, la línea aérea se portó y nos reubicó en el vuelo del día siguiente sin ningún coste ‒aunque en lista de espera y, cómo no, pasando la noche en el aeropuerto con un bebé de 4 meses, un niño de dos años y la suegra, de la que no voy a decir la edad por la cuenta que me trae‒. También en otra ocasión, llegando en ferry desde El Hierro, tuvimos que esperar varias horas a desembarcar, pues se había roto la compuerta trasera por la que se descargan los vehículos. Que conste que el hecho de que siempre me pasen cosas no quiere decir que yo esté en todas las cosas que pasan ‒por ejemplo, yo no iba en aquel barco que chocó en el muelle de Las Palmas hace cinco años, mal pensados‒.

No les voy a contar la interminable lista de sucesos para no aburrirles, pero tengo amigos a los que me he encontrado en el aeropuerto y lo primero que preguntan, consternados, es a dónde vuelo: la cara que pongan a continuación les delata. Como la de susto y preocupación que tienen en este momento mis compañeros de viaje, que están aquí a mi vera, pues esta vez no tenían elección y han tenido que volar conmigo sí o sí, todos juntitos. No parece haberles convencido mucho mi teoría de que en realidad es una suerte viajar conmigo, pues es como un nuevo concepto de turismo de aventura ‒con lo difícil que es hoy en día sorprender y sorprenderse‒. Mi familia, la verdad, es que lo lleva con bastante dignidad –por la costumbre, supongo‒, aunque entiendo la aprensión de la gente al cruzarse con un cenizo ‒o ceniza, que supongo también habrá alguna‒, y que no todo el mundo pueda/quiera tomarse las cosas con humor ‒que no es lo mismo que a broma‒. Así que si me ven en el aeropuerto y no han facturado todavía, quién sabe, quizá estén a tiempo de cambiar su destino. Pero si no, no se amarguen e intenten ver el lado positivo: quizá se ganen una compensación de 400 euracos como el menda ¡yuhuuuuuuuuu!

, , , ,


Fernando Josa Marín es director de hotel

1 Star2 Stars3 Stars4 Stars5 Stars ( 3 votos, media: 5,00 de 5 )
Cargando...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Si continuas utilizando este sitio, aceptas el uso de las cookies. Más información

Las opciones de cookie en este sitio web están configuradas para "permitir cookies" para ofrecerte una mejor experiéncia de navegación. Si sigues utilizando este sitio web sin cambiar tus opciones o haces clic en "Aceptar" estarás consintiendo las cookies de este sitio.

Cerrar