Ha pasado el verano de la pandemia, pero seguimos inmersos en ella, sufriendo sus consecuencias directas e indirectas. El mundo se ha puesto patas arriba y el sector del turismo ha sufrido una cachetada tan grande que nos cuesta discernir si lo que estamos viviendo es real o es una pesadilla. Nadie creyó ni planificó una crisis como la actual; todo parece más propio de una película de ciencia ficción o de un relato cansino de esos que pronunciaban algunos analistas agoreros.
Hoy quiero detenerme nuevamente en el sector del turismo rural, modalidad para la que en algunos medios genéricos y también académicos se pronosticaba como la auténtica triunfadora y la mejor posicionada en esta situación tan complicada. Sin embargo, yo creo que ningún propietario canario cayó en la euforia, sobre todo porque el turismo rural de las Islas Canarias es absolutamente distinto al del resto de España, fundamentalmente la peninsular. Y esto es básicamente por dos cuestiones esenciales: una, porque el cliente tradicional del turismo rural canario está y siempre ha estado en Centroeuropa; y dos, porque el verano nunca ha sido la mejor temporada.
Yo imagino que todos sabrán que no todo el turismo rural ha triunfado este pasado verano, ni mucho menos. Los que mejor lo han pasado han sido aquellos alojamientos independientes −que no comparten ningún espacio entre huéspedes− con piscinas privadas o, como mínimo, de uso exclusivo en caso de ser de uso para varios alojamientos. ¿Y esto por qué? Porque la piscina ha sido el elemento que en esencia ha decantado la preferencia y la elección entre los distintos alojamientos de turismo rural.
Y esta cuestión que en principio parece de lógica aplastante, a mi juicio muestra la evidencia de otra cosa no menos importante y es que como consecuencia de la pandemia de COVID-19 muchas personas que practican para sus vacaciones un turismo vacacional más propio del sol y de la playa o del turismo urbano, han elegido la opción del rural por imperativo de la situación sanitaria. Estas personas que este verano han optado por el turismo rural tienen unas motivaciones y unas expectativas muy alejadas de la ruralidad, de la naturaleza y o del patrimonio, y lo único que para ellos puede asociarse a unas vacaciones son las piscinas y el sol. Me temo que les da igual el lugar que visitan y su cultura local. Y eso aporta muy poco al desarrollo local, que es en esencia el leitmotiv del turismo rural.
El cliente tradicional del turismo rural tiene sus motivaciones principales en el descanso y en la práctica de actividades en la naturaleza; desea conocer y compartir vivencias culturales con la gente de los pueblos, disfruta del campo y se aleja de las zonas de turismo más masivas. El cliente del turismo rural tiene una gran conciencia ecológica y social, y desea contribuir a la preservación general del medio en el lugar donde desarrolla sus vacaciones.
Mi experiencia este pasado verano y este comienzo de otoño ha sido desalentadora. Hemos recibido muchas peticiones de reservas, el público local se ha interesado como nunca por el turismo rural, pero con todos los esfuerzos que hacíamos por vender y ofrecer las bondades de nuestro alojamiento −patrimonio, naturaleza inalterada, ecología, vino de cosecha propia, vistas panorámicas, senderos…−, todo acababa en la misma pregunta: “Sí, todo eso está muy bien, pero… ¿tienen piscina?” No logramos atraer ni captar al cliente con aquello que nos distingue y que nos apasiona.
Lo cierto es que yo nunca he sido muy favorable a la presencia de piscinas en los alojamientos de turismo rural, más que nada porque las considero desubicadas, más propias de los resorts. Pero en estos tiempos de incertidumbre y de pandemias, con una crisis turística sin precedentes y sin horizontes claros, parece que solo nos queda ofrecer aquello que de forma más masiva demanda el cliente local si se quiere ser medianamente competitivo. Al menos hasta que regrese el cliente tradicional.
Canarias tiene una situación privilegiada y unas condiciones naturales para la práctica de todas las modalidades de turismo, pero pensar que esta situación anómala propiciada por la pandemia de la COVID-19 va a catapultar al turismo rural es sencillamente una falacia.
Vienen tiempos complicados, donde poner en valor el turismo rural se hace cada vez más complicado. El nicho de mercado se ha reducido enormemente y quizás sea el momento de apostar más por las piscinas y menos por el patrimonio.
Ya vendrán tiempos mejores.
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