Esta Navidad estamos de aniversarios. Por un lado, el día 31 se cumplirán dos años (¡¡ya!!) de la primera notificación oficial por parte de las autoridades sanitarias de Wuhan de un conglomerado de casos de neumonía que luego se confirmarían como causados por el nuevo coronavirus −si hubiera surgido en España se llamaría covid-20 porque lo hubieran dejado para el día siguiente−; por otro lado, el día 27 se cumplirá un año del comienzo oficial de la campaña de vacunación en nuestro país. Y pensarlo me produce sentimientos encontrados, pues está claro que algo hemos avanzado y estamos objetivamente mejor que hace un año o año y medio, pero quizá todos pensábamos que a estas alturas la historia sería muy diferente.
Y es que seguimos con mucho nerviosismo debido al nuevo aumento de los contagios y a la aparición de la misteriosa variante Ómicron −tampoco ayuda que les pongan nombres como de película de cine catastrófico de Netflix, deberían aplicar un poco más la psicología y llamarlas Pili o Manolo−. Independientemente del nombre que se le asigne, yo la verdad es que estoy súper tranquilo porque veo que la Humanidad está en las mejores manos. A mí me da una calma mental tremenda cuando veo que algunos gobiernos obligan a cancelar todas sus conexiones con Sudáfrica, dejando tirado a todo el mundo menos a sus ciudadanos −todo muy civilizado−, pues me permite ver lo mucho que han aprendido a lo largo de estos casi dos años, cuando la misma medida tomada con China y luego con Italia surtió un efecto indiscutible para evitar la propagación del virus. También aislar en su día a la India y al Reino Unido demostró ser increíblemente útil para evitar que la variante Delta se extendiera −ahora es la predominante a nivel mundial−. Esas medidas podrían haber funcionado en la Edad Media, pero en este mundo globalizado y de poca responsabilidad individual, cuando se descubre una nueva variante es porque ya lleva un tiempito circulando, con lo cual de poco sirven esos cierres histéricos y desmedidos, sobre todo cuando muchos países habían relajado ya casi por completo las restricciones en su interior.
Y no digo que por ello haya que dejar al virus circular alegremente con o sin variante, muy al contrario, creo que lo lógico sería mantener las medidas de prevención mínimas −mascarilla, distancia e higiene de manos− hasta que no esté totalmente superada la pandemia o deje de suponer un riesgo, y sobre todo –es increíble que todavía no lo hayamos logrado a diciembre de 2021– conseguir adoptar un protocolo constante, fijo, claro e internacionalmente aceptado para moverse por este mundo de forma segura, quizá algo incómoda y costosa, pero eficaz y factible. Dudo que sirva de nada reaccionar gritando y subiéndose escoba en mano a una silla como cuando se cuela un ratón en casa.
Ya en septiembre de 2020 me preguntaba yo en esta sección que cómo era posible que no se hubiese llegado a un consenso para lograr un procedimiento que permita la movilidad internacional de forma segura en todos los sentidos –sanitaria, económica y jurídica– sin estar expuestos a drásticos cierres y dejando tirados a ciudadanos por doquier, provocando escenas vergonzosas y, sobre todo, absolutamente prescindibles, que nada aportan para mejorar la situación epidemiológica. Y lo malo es que ese tipo de decisiones son casi más contagiosas que el propio virus y se van regando por Europa y el mundo en plan “tonto el último”. Es bastante deprimente ver lo poco que ha evolucionado el tema en quince meses, es como un déjà vu, aunque por lo menos ahora no salió Fernando Simón intentando tranquilizarnos y consiguiendo todo lo contrario.
A pesar de los contagios, de la Ómicron y de propuestas tan originales como la nueva receta portuguesa –y sin bacalao– del confinamiento en diferido –algo tan navideño como lo de “ahora no, pero en cuanto pasen las fiestas me pongo a dieta”– sigo siendo optimista, porque objetivamente sí estamos mejor –aunque los políticos se empeñen en que no lo parezca– y la vacunación ha marcado la gran diferencia. Estamos en una situación inédita en el mundo, nunca habíamos pasado por algo así y están cambiando las reglas del juego a cada momento. Descartado el objetivo de la famosa inmunidad de rebaño, que se ha convertido en una quimera, ahora es el momento de aportar en la medida de nuestras posibilidades para salir de esta situación. Ya va siendo hora de dejar de pensar sólo en derechos y hablar también de obligaciones.
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Fantástica reflexión….totalmente deacuerdo con lo escrito….seamos responsables, en mi humilde opinión…es la solución.